Ballenas y mas En Samana

El traductor se dirigió hacia la proa con buenas noticias: “Parece que vamos a ver algo -comentó-. Aún no sabemos qué es, pero vamos a ver algo”. A más de dos horas de haber zarpado del puerto de Samaná y tras largo tiempo con los ojos clavados en el horizonte buscando el soplo de alguna ballena jorobada, los pasajeros del “Victoria II”, una de las 43 embarcaciones autorizadas por el Ministerio de Medio Ambiente para la observación de mamíferos marinos en estas aguas, estaban a punto de ver un gran espécimen.

Aunque no era exactamente el tipo que buscaban. Lo confirmaron cuando el enorme animal tapizado de lunares cruzó lentamente por debajo de la embarcación: se trataba de un tiburón ballena.

“En 25 años aquí es la primera vez que veo esta especie”, dijo la canadiense Kim Beddall, propietaria del “Victoria II” y pionera de la observación de ballenas jorobadas en el Santuario de Mamíferos Marinos.

OTRAS VISITAS INESPERADAS
Aquel fin de semana les había deparado otras sorpresas a quienes navegaron en busca de las ballenas jorobadas. El día anterior, víspera de San Valentín, se reportó la presencia de ballenas piloto por tercera vez en veinte años, y cachalotes, por segunda ocasión en el mismo período.

Las inesperadas visitas, explicaría más tarde Kim Beddall, probablemente se debían a que tanto los cachalotes como las ballenas piloto se alimentan de calamares, especie abundante en la zona.

Pero ¿y las jorobadas? El “safari” en su búsqueda todavía no terminaba.
Las ballenas jorobadas, esperadas en Samaná
Aunque los científicos consideran que a mediados de febrero se registra la mayor actividad de ballenas jorobadas en la Bahía de Samaná, el fin de semana de San Valentín se mostraron algo esquivas.

¿O, acaso, juguetonas y alegres como las describe Herman Melville en su libro “Moby Dick”, decidieron jugar a las escondidas con los humanos? Eso pensaron pasajeros del “Victoria II”, una de las 43 embarcaciones autorizadas por el Ministerio de Medio Ambiente para la observación de mamíferos marinos en estas aguas, cuando tras más de dos horas de haber zarpado de Samaná, al fin tuvieron la oportunidad de ver una pareja de ballenas jorobadas. Mientras que, por lo regular, la mayoría de estos animales tarda un promedio de 10 minutos en salir a la superficie a tomar oxígeno ñaunque pueden durar hasta 40 minutos bajo el aguañ, esta parejita alcanzó en un momento hasta 24 minutos sumergida alargando la espera de los ansiosos excursionistas.

¿Tienen este comportamiento y su escasa presencia a mediados de febrero relación con la cantidad de visitantes? ¿Se sienten hostigadas las ballenas? Para Peter Sánchez, coordinador de la temporada de ballenas de Medio Ambiente, la respuesta es no.

“Yo creo que, en vez de ser una cuestión de impacto de embarcaciones, es algo más del cambio climático, de temperatura del agua, de en qué momento ellas salen de allá (del Atlántico Norte)”, comenta el biólogo.

De hecho, los reportes indican que en diciembre había ballenas en la Bahía de Samaná y que algunos días antes del inicio oficial de la temporada de observación, pautado para el 15 de enero, su presencia ya era notoria. El primer mes del año tuvieron una intensa actividad en la zona.

“Claro (aclara Sánchez) las embarcaciones no son algo de ese ambiente natural y tienen su impacto, pero dudo que las estén alejando (a las ballenas) porque incluso en Estados Unidos, donde ellas se alimentan, hay embarcaciones más grandes observando ballenas el día entero”.

Normativas
Para evitar el hostigamiento, las embarcaciones deben cumplir ciertas normas como, por ejemplo, no permanecer más de 30 minutos ni en grupos mayores de tres barcos cerca de una misma ballena, y mantenerse a 50 metros de las adultas y a 80 de los ballenatos.

Otras reglas prohíben o tratan de evitar el contacto con estos mamíferos marinos. Por ejemplo, no se permite nadar con ellos y si alguno se acerca a la embarcación, ésta debe tener el motor en neutro, nunca apagado, pues si el animal no escucha el ruido ni siente las vibraciones en el agua, puede confundirse y tocar accidentalmente la nave.

La institución encargada de hacer cumplir las normas es Medio Ambiente; no obstante, Sánchez explica que, como la cantidad de vigilantes de que disponen no es suficiente, los mismos capitanes de barcos se ponen de acuerdo a través de la radio.

La responsabilidad de la Asociación de Dueños de Barcos en la preservación de las ballenas ñy, por tanto, de una de sus principales fuentes de ingresosñ no es nueva. Fueron ellos quienes a principios de la década de 1990 pidieron ser regulados, dice Augusto González, presidente de la empresa Moto Marina, que tiene 12 botes en el negocio.

“Un turoperador dijo que nosotros estábamos acosando las ballenas y como no podemos ser juez y parte trajimos a un biólogo que nos ayudó a establecer las normas”, cuenta González.

Pero evitar el acercamiento entre las ballenas jorobadas y los humanos no siempre corre por cuenta de estos últimos. Las ballenas “son muy curiosas”, comenta el empresario, y pueden acercarse a las embarcaciones, aunque no con el fin de atacarlas. La mayoría, sin embargo, se comporta con normalidad cuando hay observadores en torno a ella.

Visitas al santuario
Aunque el fin de semana antepasado la mayoría de los cetáceos parecía jugar a las escondidas, en éste la historia cambió.

Álbida Segura y un grupo de amigos decidieron sumarse a la excursión que, a pesar de realizarse sólo por dos meses, se ha convertido en la más popular entre las que parten del puerto de Samaná, por encima incluso de las visitas a Los Haitises que tienen lugar durante todo el año.

“Hubo una del grupo que medio se desesperó en el momento que no empezaban a salir las ballenas”, cuenta. “Después salieron tanto las jorobadas que dijo: ‘¡Ya dan a’co!”.

Para Segura, “fue todo un espectáculo, tanto que hizo que esta excursión se llamara ‘Mírala ahí’, porque eran como cinco y cuando salían de sorpresa sólo atinaban a decir todos y todas las que estaban en el barco: ‘Mírala ahí, mírala ahí”.

Tan bien la pasaron que presenciaron uno de los comportamientos más esperados y celebrados por los excursionistas: el salto de una ballena jorobada. Y las fotos quedan como testimonio.

Con su viaje, Segura y sus amigos engrosaron el número de dominicanos que participan en el avistamiento de ballenas, un número que, no obstante, sigue siendo inferior al de extranjeros.

Esa situación sólo cambió en el 2009 cuando, como dicen González y Sánchez, las visitas de dominicanos y extranjeros se equipararon debido, por un lado, a la construcción de la nueva autopista y, por otro, a la campaña “Orgullo de mi tierra”, promovida por Centro Cuesta Nacional y que tuvo como protagonista la provincia cibaeña.

Fiebre por las ballenas
El año pasado renació la “fiebre por las ballenas”. Según Sánchez, aproximadamente 27,000 personas visitaron el Santuario de Mamíferos Marinos para observar a las jorobadas en su hábitat natural, una costumbre que se inició en estas aguas a mediados de la década de 1980.

“Cuando yo llegué a Samaná en 1984 los pescadores me decían: ‘Kim, aquí hay ballenas que vienen a beber agua dulce”, comenta la canadiense Kim Beddall, propietaria de la empresa Victoria Marine/Whale Samaná y quien comenzó la observación de ballenas jorobadas en la Bahía de Samaná.

Pero las ballenas no venían a “beber agua dulce”. Ni siquiera se alimentan mientras permanecen aquí. Su largo recorrido desde las aguas del Atlántico Norte (Golfo de Maine, Terranova-Labrador, Groenlandia e Islandia) tiene como objetivo procrear y amamantar a sus crías en las cálidas aguas antillanas.

Tampoco son nuevas por estos predios. Cristóbal Colón registró en su diario de viaje el avistamiento de estos cetáceos, y en Los Haitises existen dibujos aborígenes que muestran ballenas soplando.
EL SANTUARIO DE MAMÍFEROS MARINOS
El Santuario de Mamíferos Marinos es un área protegida, por tanto, el Ministerio de Medio Ambiente cobra 100 pesos por cada persona que lo visita.
Las licencias otorgadas a las embarcaciones para participar en la observación también tienen su costo.

Peter Sánchez, biólogo y coordinador de la temporada de ballenas, dice que entre los requisitos para obtener la licencia está el ser oriundo de Samaná.
“Estamos tratando de que todas las embarcaciones pasen los 29 pies de eslora”, informa.

Barcos más grandes significan menos viajes y menos hostigamiento a las ballenas.

En la Bahía de Samaná, Sánchez y un grupo de colegas y voluntarios realizan desde hace tres años un proyecto de identificación de ballenas. Toman fotos de la parte dorsal de sus colas, cuyas manchas son como las “huellas digitales” de estos animales. Los datos son enviados al Provincetown Center for Coastal Studies y al College of the Atlantic, institución que tiene el catálogo de las ballenas jorobadas del Atlántico Norte.

Las imágenes y los datos permiten conocer el movimiento anual de las ballenas.

“Nosotros descubrimos aquí el año pasado una ballena que hace 20 años que no se veía -comenta Sánchez-. Se creía que se había muerto, pero ahora se sabe que está viva”.

Hace alrededor de 20 años un equipo encabezado por norteamericanos llevó a cabo el estudio Years of the North Atlantic Humpback , que representó el inicio de la elaboración del catálogo de ballenas del Santuario de Mamíferos Marinos.