Hemos perdido la cuenta de las veces que Hollywood ha apachurrado nuestro mundo. Eso de un territorio pelado, sin casas o edificios como los que ahora vemos por todas partes, sin apenas agua, sin electricidad normal y con casi todo el humano deambulando en busca de alimento mientras los más fuertes lo arrollan todo es cosa de casi todos los meses.
En realidad, cuando empezó este “Book of Eli” nos pareció que estábamos viendo un remedo de “Mad Max”, con la única diferencia de que no encontramos a un joven y blanco Mel Gibson sino a un bien maduro y negro Denzell Washington.
Y la otra diferencia fundamental es que, en tanto Max mataba por pura venganza, o sea, por un sentimiento puramente normal en el ser humano, el Eli de este film tiene sus miras puestas en la Humanidad y su futuro: quiere recomenzar la historia de la Cristiandad, y para eso emplea la violencia aún más que su antecesor australiano en varios combates que parecen extraídos de cintas de Artes Marciales.
Podría decirse que este film es un “road movie”, con la diferencia de que el viaje es a patitas y que, caramba, todo parece indicar que Eli, y luego su amiga y seguidora andan dispuestos a caminar unos pocos centenares de millas con su Biblia a cuestas, o sea, sin nunca empezar a predicar pero entre tanto escabechando a todo aquel que se le ponga por delante porque para eso le puso su dios en las manos un afilado machete y la destreza para manejarlo. Lo que no parece haberle puesto es un tanto de expresividad a Denzell Washington, que no alcanza ni sombra de las rotundas interpretaciones conseguidas en otros films, como tampoco encontramos la gracia de un Gary Oldman, siempre el trastornado de costumbre, pero sin mucha gracia.
Vaya, que si Eli estaba tan empecinado en volver a la cristiandad primitiva, algo debió predicar, aunque fuera un par de versículos, en lugar de pasar el tiempo empalando a todos los villanos del cuento para llamar la atención en la taquilla.
Es una historia un tanto necia en un film que no toma vuelo.