En el caso del hombre hay una señal evidente y conocida por todos que es la erección del pene; ya que es el resultado de la acumulación de la sangre que se produce en sus tejidos esponjosos y en los cuerpos cavernosos que componen la anatomía peniana, de ahí que el pene se agrande y se vuelva más duro. Pero, también se produce una elevación y un agrandamiento de los testículos, así como un ensanchamiento cada vez mayor de la entrada uretral.
Naturalmente, todo esto está acompañado de un aumento de la tensión muscular, de la presión arterial, de la función respiratoria y cómo no, un incremento de la tasa cardiaca.
Pero aunque todos estos cambios fisiológicos se producen frente a una fuente de estimulación, lo suficientemente poderosa como para provocar una excitación, hay veces en que nos olvidamos que existen otros factores -a parte de los físicos- que pueden dar al traste con todos estos cambios.
Durante mucho tiempo se ha considerado que el hombre tenía una capacidad de excitación innata y que no dependía de los estímulos recibidos, más o menos, algo así como "cualquier cosa vale". Esto no es que no sea cierto, sino que dista mucho de la realidad.
Aunque un hombre tenga una excitación física, ésta debe acompañarse de una estimulación emocional y psicológica para que tenga una relación y una respuesta sexual de calidad. De hecho, una respuesta física muy rápida e intensa, para muchos hombres, no significa un placer intenso y satisfactorio, e incluso todo lo contrario, muchos otros hombres pueden describir una respuesta fisiológica menguada o poco significativa, pero que es vivida emocional y psicológicamente como muy placentera.
Por todo ello, aunque existan claramente señales físicas que nos den a pensar en una cuestión o en otra, no debemos dejarnos arrastrar por ellas, ya que las emociones sentidas son mucho más importante de lo que creemos.